Saracear es igual a mandar fruta

 Sé bien, si el Jorge Luis me hubiera leído quedaría ciego por elección.

Nunca fui buena escribiendo aunque he conseguido intentos. 

Intentos.

Imposición del verso, la métrica y tanta fruta. 

Antes me quejaba de los poemas con estilo libre, pero mierda que cuesta seguir las reglas.

Contar sílabas, controlar las rimas, perder el sentido de todo lo que se quiso, quedar en intentos. 

¿Escribimos visualizando objetivos?

Creo que escribo porque estoy al pedo.

 No tengo objetivos, solamente escribo.

No significa que le estoy quitando magia al asunto, no lo idealizo.

Escribir puede ser cualquier cosa, desde una biografía, hasta la descripción de un guiso.

Volviendo al tema de los objetivos escribimos porque… no hay un porqué. 

¿O sí?

Seguro, alguna de las personas (si es que alguien más que yo me lee) habrán notado en la intertextualidad de lo antes escrito, la voz de ciertos personajes.

Lo bueno del estilo libre y el poema posmo es esto: absolutamente nada. El poema libre es para flojas que no queremos apegarnos al estudio de la academia, “ya quisiera ser más formalista”, dijo nadie, nunca.

Sale lo que sale y vamos viendo, cambiando palabras para que se lea más el incremento. 

Es que no tiene un objetivo escribir, es eso: un fluir del pensamiento. 

Escribir para mí no es liberador, requiere constancia y sufrimientos, por lo general, escribo cuando me está comiendo algo desde adentro.

Ahí, el objetivo ha sido encontrado: escribo para que no crezca más la herida, curtida por el tiempo y el desinterés. Escribir es prestarle atención a eso que no queremos ver. Entonces, sería como una forma entretenida y barata de zafar de la desilusión, hacerle frente al dolor y entre tanta pudrición del pensamiento, sacar la voz.


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